La mayoría de los hombres somos reacios a reconocer que estamos perdidos. El orgullo nos impide aceptar que hemos abandonado el camino correcto. Aun cuando la demora en llegar a destino sea evidencia de que algo no anda bien, nos cuesta admitir que tomamos la ruta equivocada o que estamos girando en círculos y no logramos avanzar.
Como la cigüeña de la historieta, negamos nuestro error y aparentamos estar en control de la situación, aún cuando por dentro sabemos que solos no vamos a poder salir adelante. Aceptar que necesitamos ayuda y pedir el oportuno socorro nos puede evitar grandes inconvenientes, dolorosos fracasos y lamentables pérdidas de tiempo y esfuerzo.
Para no perdernos en la ruta hay tres recursos aconsejables. Cada uno de ellos tiene su parangón en la vida.
El primero es preguntar a alguien que conozca bien el camino, alguien que haya estado allí antes que nosotros. Es decir, buscar consejeros con experiencia.
El segundo es viajar siempre acompañado de un mapa de la zona. En mi experiencia, esto equivale a estudiar La Biblia como un plano que nos enseña los caminos que debemos tomar y aquellos que debemos evitar para llegar a destino.
En tercer lugar, no hay mejor recurso que el G.P.S. para saber con exactitud donde estamos parados y qué ruta es la más directa y despejada para seguir nuestro viaje. Recurrir a Dios, nuestro infalible G.P.S. (Guía Perfectamente Seguro) es la clave para retomar el rumbo cuando nos sentimos perdidos en los caminos de la vida.
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