Pero cuando en el juego de las relaciones humanas comenzamos a mirar al otro desde arriba, desde el trono de la altivez, nos alejamos del ámbito de la sana seguridad personal para adentrarnos en el terreno de la ingrata soberbia.
La soberbia podría definirse como un sentimiento de superioridad frente a los demás que provoca un trato despectivo y desconsiderado hacia ellos. Nadie está exento de caer en sus redes.
Un buen consejo para evitarla sería no ceder ante la tentación de compararnos teniendo en cuenta sólo las virtudes y los triunfos. La soberbia precede a la caída. Analizarnos con ecuanimidad nos revelará un diagnóstico más equilibrado de nuestra real condición.
Que Dios nos ayude a no envanecernos en las victorias, a no tener más alto concepto propio el que debemos tener, a estar siempre dispuestos a aprender de los otros considerándolos como superiores a nosotros mismos.
Como Jesús enseñaba, es preferible sentarse entre los últimos y que sean los demás los que reconozcan nuestra valía invitándonos a ocupar un lugar más notable, que hacer alarde de nuestra propia excelencia y sentarnos entre los primeros, para terminar siendo avergonzados en público cuando nos retiren de ese lugar por "agrandados".
Que tengan un fin de semana espectacular... con toda humildad.
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