lunes, 2 de noviembre de 2009

Agradecidos en el tiempo de perder

De la mano de la sociedad de consumo, la necesidad de ser "ganadores" y "exitosos" en todas las áreas de nuestra vida, se presenta ante nosotros como una gran presión. Estar en el grupo de los "perdedores" genera temor y descrédito.

Sin embargo, sin caer en el peligroso extremo de enamorarse de las derrotas, debemos admitir que muchas veces se aprende más en las pérdidas, que en las victorias.

En definitiva, toda persona equilibrada, lejos de creerse invencible e invulnerable sabe que "ganar" y "perder" son dos caras de la misma moneda. Un ejemplo claro de ello se da en la puja entre "tener" y "perder". Acceder a lo deseado siempre es una gran alegría, pero no es menos cierto que adherido a esa conquista, viene implícito el riesgo de perderla, pues solo se puede perder lo que se tiene.

Estas reflexiones aparentemente fuera de contexto, vienen a colación de que el embarazo de nuestro cuarto hijo, que les conté con tanta alegría en septiembre, se ha detenido y lo hemos perdido.

Las palabras de Job "Jehová dio, Jehová quitó, sea su nombre bendito"(Job 1: 21) fueron las primeras que resonaron en mi corazón al momento de conocer la noticia y a la hora de comunicarla a amigos y seres queridos.

En un principio fueron una expresión de fé frente a un episodio no deseado. Un reconocimiento de la aceptación de la voluntad soberana de Dios sobre nuestra vida más allá de nuestras propias aspiraciones.

Pero luego estas palabras se convirtieron en genuino agradecimiento, puesto que a pesar de la desilusión y la congoja que nos produjo esta pérdida como familia, recordé cuántos momentos de alegría nos había deparado esa diminuta persona, que no alcancé a conocer, pero que aprendí a amar en menos de tres meses que duró su vida.

El momento mágico del test de embarazo positivo junto a mi mujer.
Las caritas y lágrimas inolvidables de nuestros hijos cuando se lo comunicamos.
Aquella cena con los abuelos y los tíos que lloraron de emoción.
La primer ecografía.
Los abrazos alborozados, los chistes y la felicidad de tantos amigos.
Las mil y una discusiones y votaciones familiares por nombres de nena o de varón.
Volver a mirar con mi esposa las vidrieras de negocios de venta de ropa de bebé, "cochecitos" y cunas.
Darme cuenta de que aun puedo adaptarme a los cambios.
Las noches de insomnio llenas de proyectos y de sueños...

La tristeza de hoy no puede quitarme la alegría de ayer. Tampoco evitará la felicidad de mañana.

"Basta a cada día su propio mal" enseñó Jesús. Y como contracara de este pensamiento puede decirse "Disfruta cada día el bien que Dios te da".

Para aquellos que comprendemos que en esta vida terrenal nada es para siempre, me parece que el secreto para superar las inevitables pérdidas que fatalmente sufriremos en el camino hacia la vida eterna, pasa por este sencilla pero profunda enseñanza.

Gracias Señor, porque todo acontecimiento que entendemos como "pérdida" significa que hasta ese instante estábamos disfrutando de una enorme bendición.